Madrid Capital también tiene Castillo, un castillo lejos del centro y los turistas, un castillo que si no ha estado del todo perdido si ha estado abandonado, un castillo medieval en un emplazamiento del que consta su ocupación y existen restos desde la edad del Hierro y hasta durante la guerra civil
El Castillo de la Alameda, también conocido como Castillo de Barajas o Castillo de los Zapata, dispone hoy de un centro de interpretación y de visitas guiadas a los restos que nos han llegado, en principio nada impresionantes, pero recuperados para poder “revivir” el antiguo esplendor de este monumento.
Entre 1986 y 1990, se realizaron, gracias a la iniciativa de la Comunidad de Madrid, las primeras investigaciones arqueológicas., y entre 2006 y 2007, ya bajo los auspicios del Ayuntamiento de Madrid, titular del edificio, la excavación se extendió hasta abarcar el foso y se abordó un proyecto de análisis histórico y restitución del conjunto. Estos trabajos supusieron la definitiva toma de conciencia del interés del yacimiento y de la necesidad no sólo de estudiarlo sino también de actuar en él de forma planificada. El castillo y su entorno entraban así en una fase decisiva del proceso de recuperación como monumento histórico.
El castillo abrió al público en mayo de 2010. Desde entonces, muchos visitantes han disfrutado de las instalaciones que hacen de este yacimiento un museo al aire libre
ANTECEDENTES
El estado de conservación en que llega el castillo al siglo XX, tras el incendio y el abandono en 1695 y sistemático expolio de tres siglos, es descorazonador.
Su historia se entronca, desde fecha muy temprana, con la saga de los Zapata, apellido vinculado al Madrid bajomedieval y más conocido por la familia de los Mendoza.
La fidelidad de González de Mendoza le permitió desarrollar en la Corte de Enrique II una rápida carrera cortesana, con: la concesión del señorío de Barajas, La Alameda, Cobeña y Alcobendas en 1369.
Alrededor de la fortificación, se constituyó un señorío, que se extendía por las villas de La Alameda y Barajas. Para dominar este señorío se construye el castillo, levantado entre 1431 y 1476, según consta en la documentación de la época, a instancias de la poderosa familia de los Mendoza.
Con la muerte de Enrique II en 1379, y el comienzo del reinado de Juan I, aún más si cabe, el destacado papel de Pedro González de Mendoza en la corte castellana: nombrado mayordomo mayor y luego capitán general, recibió la mitad del Real del Manzanares con la jurisdicción de condado.
González de Mendoza falleció heroicamente en 1385 en la desastrosa derrota de Aljubarrota, parte principal de la guerra abierta contra Portugal como consecuencia de la sucesión dinástica en aquel reino.
La matanza de la calurosa tarde del 14 de agosto de ese año fue tal que el propio Pedro González de Mendoza entregó su caballo al rey Juan I para que el monarca salvara la vida, perdiendo la suya,
Su hijo, Diego Hurtado de Mendoza, contaba con veinte años recién cumplidos cuando escapó con vida de la matanza de Aljubarrota, recibe el cargo de Almirante Mayor de Castilla, representante de Guadalajara en las Cortes y los señoríos de Tendilla y Cogolludo (concedidos por el propio Juan I en 1395), junto con los de Carrión de los Condes y Santillana.
EL SEÑORÍO DE LOS MENDOZA
El castillo de la Alameda es una residencia señorial fortificada típica de la Baja Edad Media, es un ejemplo de un tipo arquitectónico que proliferó en sólo siglo y medio: de mediados del siglo XIV a finales del XV: un proceso de feudalización tardía de los reinos peninsulares.
El elemento más representativo es la torre del homenaje, hoy perdida, que representa al señor y su posición de dominio sobre el territorio y la comunidad de su jurisdicción señorial, es uno de sus principales recursos simbólicos. Lo es todo el castillo, pero la torre le representa dentro de él y además concentra los atributos del señor feudal: fortaleza militar, cúspide de la pirámide social, potestad de impartir justicia, imponer y cobrar tributos, poderío económico, confort y distanciamiento.
La torre es el último reducto defensivo, el último refugio del señor en caso de asalto al castillo. Por eso la puerta está en alto, es la torre más grande, fuerte e inexpugnable. Es muy frecuente que, como en la Alameda, cuente con un pozo propio, para abastecer de agua a sus defensores en caso de asedio.
Esta torre del homenaje, junto con las murallas, serán reducidas y enterradas con la generalización de la artillería y la pérdida de poder de la nobleza, ya que sólo los reyes podrán procurarse cañones por su coste económico, a partir de la toma de Granada por los Reyes Católico, primera campaña en la que se emplea la artillería de una manera más o menos efectiva.
El castillo de Alameda en los siglos XV y XVI
No es un castillo de grandes dimensiones; pero al apreciarlo hoy con el recientemente descubierto conjunto de foso, escarpa y contraescarpa su apariencia nos llame la atención. Durante el siglo XV y gran parte del siglo XVI su función fue eminentemente militar.
En esencia, su estructura era la de una fortificación aislada, defendida por un profundo foso, que contaba con una escarpa y contraescarpa realizadas con aparejo de piedra en mampostería de sílex, trabada con argamasa de cal y arena, con cara vista, con una doble función: la primera, de carácter defensivo, y la segunda, de carácter estructural, al disponerse como muro de contención del terreno.
En el interior de esa escarpa se sitúa un antemuro construido con aparejo de piedra, en mampostería de sílex trabada con argamasa de cal y arena, que define un recinto exterior de planta cuadrangular dotado de cubos en sus esquinas noreste, sureste y suroeste, y que se rebajará una vez el castillo pierda su función defensiva y adquiera la palaciega.
En el interior de ese antemuro se yergue el edificio principal, de planta cuadrada con torre circular en su ángulo sureste, y que posee en su interior dos crujías perpendiculares entre sí que forman un pequeño patio central de planta cuadrada. Lo más destacado de la fortificación debió ser la torre del homenaje, ubicada en el ángulo noroccidental, y de planta cuadrada
A partir de 1550 se produce la transformación del castillo de Alameda como residencia palaciega. La Villa de Madrid venía siendo objeto desde 1534 de importantes obras para la remodelación y ampliación del antiguo Alcázar como palacio renacentista de la mano del emperador Carlos y su arquitecto Alonso de Covarrubias.
La elección posterior de Madrid como sede de la Monarquía Católica por parte de Felipe II en el año de 1561 será el detonante de la creación de una verdadera corte, potenciando el papel cultural de la Corte y de los espacios reales transformados por arquitectos de Carlos I y Felipe II –Alcázar y Casa de Campo , que generarán modelos a imitar.
EL PALACIO RENACENTISTA:
En 1575, el edificio original fue objeto de una ampliación y reforma, promovida por Francisco Zapata de Cisneros. Se levantó la torre del homenaje, se construyeron nuevas crujías en los laterales oriental y meridional y se abrieron vanos más amplios y luminosos.
Faltaba, en todo caso, del elemento primordial que le caracterizaría como residencia renacentista, el jardín.
La introducción del ajardinamiento en otros castillos en los que la existencia del foso y defensas exteriores impedían su realización se había resuelto con el ejemplo de reforma de la fortaleza de El Pardo, de forma similar el ajardinamiento se realizó básicamente en el interior del foso.
El Conde dispuso que en la plantación de la huerta del Foso trabajaran varias familias de moriscos procedentes de Sevilla con el propósito de cultivar los planteles de frutales, además de plantar moreras para dedicarlas a la cría de gusanos de seda. Fuentes y plantas comestibles (no existía la jardinería puramente estética) y un estanque completaban el ajardinamiento del foso, al que se podía acceder por un pasadizo directamente desde el interior del propio castillo.
Entre las personalidades históricas que han desfilado por el castillo, destaca el duque de Alba, que lo habitó en 1580, a su regreso del destierro de Uceda. En él murió el duque de Osuna (año 1622), después de un breve cautiverio. Tras su fallecimiento, la condesa de Benavente, su esposa, decidió comprar las tierras adyacentes, que, con el tiempo, dieron lugar a la finca de la Alameda de Osuna.
El desarrollo de todas las obras debió suponer para Francisco Zapata de Cisneros una pequeña fortuna, a la cual deberíamos añadir las otras pequeñas fortunas empleadas en la reforma y ampliación de sus casas en Madrid, tanto las de su mayorazgo como las adquiridas de la testamentaría de su tío El Arcediano, el mantenimiento de sus casas de la villa de Barajas y las generosas dotes de sus hijos.
El siglo que media entre la muerte de Francisco Zapata de Cisneros, primer conde de Barajas, y el incendio casual que en 1695 fue el causante de su ruina es la constatación del declive y abandono de la antigua fortaleza.
En el siglo XVIII el castillo quedó despoblado. Su deterioro se hizo especialmente visible en el siglo XIX, cuando fue expoliado y sus materiales empleados para la construcción del panteón de los Fernán Núñez. En la primera mitad del siglo XX, volvió a sufrir nuevos daños, durante la guerra civil, de la que quedan restos en el cerro que vuelve a adquirir valor defensivo durante la contienda.
La destrucción del castillo se agudizaría con la construcción de la inmediata Alameda de Osuna por parte de María Josefa Pimentel Téllez Girón, duquesa de Osuna, a partir de 1783. Manuel de Ascargorta, comisionado por la Duquesa para proveer la piedra necesaria para iniciar los trabajos de construcción, advirtió que las ruinas del castillo de La Alameda podrían servir para sus fines, y propuso a ese efecto a la de Osuna la compra de las piedras.
El castillo de la Alameda, a lo largo de sus tres siglos de vida (del XV al XVII), ha sido testigo privilegiado de una etapa fundamental de la historia de Madrid desde la fundación de la aldea medieval, sobre la que el castillo ejerció su dominio señorial, la proliferación de villas y palacios de recreo aristocráticas junto al antiguo camino de Alcalá, de las que el castillo fue la primera.
En su momento fue la más espléndida: El Capricho de los Duques de Osuna, que recoge sus mismas piedras de sílex en su tapia, nos sirve de consuelo a la destrucción, un siglo después de su abandono, de las entonces aún enhiestas ruinas del castillo, especialmente su señorial torre del homenaje.
Durante la Guerra Civil, la batalla se libró en Rivas y alrededor de la carretera de Valencia, pues el objetivo de las tropas de Franco era cortar la relación entre Madrid y la sede del gobierno de la República, pero el general Miajas estableció su puesto de mando en el Capricho, bajo cuyo jardín construyó un refugio subterráneo, la posición Jaca, en previsión de que el frente se extendiera hasta el que habría sido el último cordón umbilical de Madrid: la carretera de Barcelona, algo que no llegó a suceder gracias a la resistencia hasta el último hombre de las tropas republicanas y a la crudeza del invierno de 1936. El puesto de mando estaba protegido por varios nidos de ametralladoras y trincheras, y probablemente las ruinas del castillo se aprovecharon también como improvisado fortín.
A parte de este episodio, esperemos el último violento, de las historia de nuestro país, esperamos que las próximas actuaciones vayan encaminadas a la recuperación de ese magnífico jardín renacentista, del que se han descubierto conducciones , para el uso y disfrute de todos los madrileños y visitante, como un nuevo servicio que nos puede hacer este anciano castillo, cargado de historia en todas sus piedras.
BIBLIOGRAFIA
El Castillo de la Alameda. Ayuntamiento de Madrid Área de Gobierno de Las Artes, calle Montalbán, 1.
Castillo de la Alameda. Un Castillo rescatado del Olvido. Joaquín Ibarra esq. Antonio Sancha Alameda de Osuna 28042 Madrid Museo de los Orígenes museodelosorigenes@munimadrid.es.
Revista Ilustración de Madrid. Núm. 18. Invierno 2010-11